En estas jornadas, Su Santidad el Papa Benedicto XVI ha dado muestras de su maestría en la doctrina de la Iglesia y del mensaje evangélico y con espíritu valiente y de la autoridad que tiene como máxima representación de la Iglesia católica, ha dictado una serie de mensajes que no sólo la juventud debe tener en cuenta sino todo aquel que pertenece a la religión cristiana. Ya en su primer discurso en el aeropuerto de Barajas, recién llegado a nuestro país, indicó que como sucesor de Pedro, venía para anunciar que Jesucristo es el Camino, la Verdad y la Vida. Para impulsar el compromiso de construir el Reino de Dios en el mundo, entre nosotros. Para exhortar a los jóvenes a encontrarse personalmente con Cristo Amigo y así, radicados en su Persona, convertirse en sus fieles seguidores y valerosos testigos. En ese mismo discurso Benedicto XVI denuncia la superficialidad, el consumismo y el hedonismo imperantes, tanta banalidad a la hora de vivir la sexualidad, tanta insolidaridad, tanta corrupción, indicando que Dios es la única ayuda y la única luz para afrontar los retos del futuro y ser verdaderamente felices y así poder construir una sociedad donde se respete la dignidad humana y la fraternidad real. Prosigue el Santo Padre en este primer discurso para denunciar como muchos jóvenes por causa de su fe en Cristo sufren en sí mismos la discriminación, que lleva al desprecio y a la persecución abierta o larvada que padecen en determinadas regiones y países. Se les acosa queriendo apartarlos de Él, privándolos de los signos de su presencia en la vida pública, y silenciando hasta su santo Nombre, instando a todos los jóvenes, con todas las fuerzas de mi corazón: que nada ni nadie os quite la paz; no os avergoncéis del Señor. Él no ha tenido reparo en hacerse uno como nosotros y experimentar nuestras angustias para llevarlas a Dios, y así nos ha salvado.
En el acto de acogida de los jóvenes al Santo Padre, en la madrileña plaza de Cibeles, ante un auditorio abarrotado que abarcaba la propia plaza de Cibeles, las calles Alcalá, paseo de Recoletos, paseo del Prado, plaza de Cánovas del Castillo, plaza de Colón o Gran Vía dijo que con vuestra presencia y la participación en las celebraciones, el nombre de Cristo resonará por todos los rincones de esta ilustre Villa. Y recemos para que su mensaje de esperanza y amor tenga eco también en el corazón de los que no creen o se han alejado de la Iglesia. Muchas gracias por la espléndida acogida que me habéis dispensado al entrar en la ciudad, signo de vuestro amor y cercanía al Sucesor de Pedro.
Tras la intervención primera de Benedicto XVI en este acto de acogida de los jóvenes y la entrega de regalos simbólicos por parte de representantes de los cinco continentes, nuevamente el Papa intervino para comentar como hay palabras que solamente sirven para entretener, y pasan como el viento; otras instruyen la mente en algunos aspectos; las de Jesús, en cambio, han de llegar al corazón, arraigar en él y fraguar toda la vida. Sin esto, se quedan vacías y se vuelven efímeras. No nos acercan a Él. Y, de este modo, Cristo sigue siendo lejano, como una voz entre otras muchas que nos rodean y a las que estamos tan acostumbrados. El Maestro que habla, además, no enseña lo que ha aprendido de otros, sino lo que Él mismo es, el único que conoce de verdad el camino del hombre hacia Dios, porque es Él quien lo ha abierto para nosotros, lo ha creado para que podamos alcanzar la vida auténtica, la que siempre vale la pena vivir en toda circunstancia y que ni siquiera la muerte puede destruir. Exhorta a los jóvenes para que escucharan de verdad las palabras del Señor para que sean en vosotros «espíritu y vida» (Jn 6,63), raíces que alimentan vuestro ser, pautas de conducta que nos asemejen a la persona de Cristo, siendo pobres de espíritu, hambrientos de justicia, misericordiosos, limpios de corazón, amantes de la paz. Antes de la bendición final con la que concluyó el acto, dio un mensaje importante para los presentes y les dijo: sed prudentes y sabios, edificad vuestras vidas sobre el cimiento firme que es Cristo. Esta sabiduría y prudencia guiará vuestros pasos, nada os hará temblar y en vuestro corazón reinará la paz. Entonces seréis bienaventurados, dichosos, y vuestra alegría contagiará a los demás. Se preguntarán por el secreto de vuestra vida y descubrirán que la roca que sostiene todo el edificio y sobre la que se asienta toda vuestra existencia es la persona misma de Cristo, vuestro amigo, hermano y Señor, el Hijo de Dios hecho hombre, que da consistencia a todo el universo. Él murió por nosotros y resucitó para que tuviéramos vida, y ahora, desde el trono del Padre, sigue vivo y cercano a todos los hombres, velando continuamente con amor por cada uno de nosotros.
Continuó con su agenda con encuentros en el Monasterio del Escorial con jóvenes religiosas y jóvenes profesores, indicándoles a estos últimos que la Universidad ha sido, y está llamada a ser siempre, la casa donde se busca la verdad propia de la persona humana. Por ello, no es casualidad que fuera la Iglesia quien promoviera la institución universitaria, pues la fe cristiana nos habla de Cristo como el Logos por quien todo fue hecho (cf. Jn 1,3), y del ser humano creado a imagen y semejanza de Dios. Finalizaba su interesante intervención hacia estos educadores diciéndoles que no podemos avanzar en el conocimiento de algo si no nos mueve el amor; ni tampoco amar algo en lo que no vemos racionalidad: pues “no existe la inteligencia y después el amor: existe el amor rico en inteligencia y la inteligencia llena de amor” (Caritas in veritate, n. 30). Si verdad y bien están unidos, también lo están conocimiento y amor. De esta unidad deriva la coherencia de vida y pensamiento, la ejemplaridad que se exige a todo buen educador.
La tarde del viernes 19 de agosto se celebraba el gran acto donde participaban las Hermandades de distintas ciudades españolas, entre ellas Sevilla, con la Virgen de Regla. Las imágenes formaban parte de las catorce estaciones del Vía Crucis, y Benedicto XVI dijo de ellas que son imágenes donde la fe y el arte se armonizan para llegar al corazón del hombre e invitarle a la conversión. Cuando la mirada de la fe es limpia y auténtica, la belleza se pone a su servicio y es capaz de representar los misterios de nuestra salvación hasta conmovernos profundamente y transformar nuestro corazón, como sucedió a Santa Teresa de Jesús al contemplar una imagen de Cristo muy llagado (cf. Libro de la vida, 9,1).
En la introducción al ejercicio del Santo Vía Crucis hizo referencia textual a su encíclica Spes salvi donde dice que «sufrir con el otro, por los otros, sufrir por amor de la verdad y de la justicia; sufrir a causa del amor y con el fin de convertirse en una persona que ama realmente, son elementos fundamentales de la humanidad, cuya pérdida destruiría al hombre mismo»
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