También hay en el amplio mosaico de las advocaciones de nuestra Ciudad algunas que conjugan el profundo misterio del dolor y el gozoso milagro de la gloriosa gracia. Entre las Vírgenes sevillanas tiene la Hiniesta un altar en mi corazón. Grabada tengo en la memoria de manera indeleble mi presencia, siendo niño, en el Convento de Santa Paula, asistiendo al acto en el que mi propio padre pregonaba esta sevillanísima advocación. ¿Cómo olvidarla ahora cuando tengo el deber y la fortuna de pregonar las Glorias marianas de la Ciudad? Virgen de alma gótica, baluarte de la historia de Sevilla, con su poético nombre de retama, resucitada eternamente de las cenizas de la incomprensión y la barbarie, a la que tantas veces he visto, en las tempranas horas de los Jueves de Corpus, cuando la luz tímidamente irrumpía, entre las ramas de los árboles de la plaza de la Alfalfa, dirigiéndose, sobre el suave y casi adormecido paso costalero, hacia la plaza de San Francisco. Hay en el alma del hombre una poderosa e irresistible inclinación a la leyenda, como si cansados de la documentada historia, necesitáramos también el suave hechizo del ensueño, el poderoso embrujo de la imaginación aleteante. Fértil territorio el de la leyenda. Y qué hermosa la leyenda, en este caso. Todos la conocemos sobradamente y no hace falta repetirla más. Montes catalanes, brotes agrestes de retama, seca hierba de una árida serranía para el incierto destierro de una Virgen sevillana. Y esfuerzo denodado por volver. Yo quisiera con mis versos, renovando el asombro que en mi infancia inspiraba la leyenda, pedir a Santa María de la Hiniesta que nunca deje Sevilla, que permanezca eternamente en su capilla, protectora de los sueños de tantos sevillanos conmovidos por su hermosa historia de exilio y de regreso:
Sueño una sierra encendida
con agrestes romerías.
Sueño que Tú sonreías
bajo la tierra escondida.
Y sueño tu amanecida
diciendo: -Soy de Sevilla,
de una pequeña capilla
junto a una puerta señera.
Sueño la alta primavera
de tu mirada sencilla.
Retama para mi encanto,
te quiero porque te quiero.
Porque sabes el sendero
que va de la gloria al llanto.
Te quiero, y así levanto
mi palabra emocionada.
Te quiero por tu mirada
cristalina y sin mancilla.
Te quiero porque Sevilla
te quiso a Ti Coronada.
Te quiero porque no cuesta
que enamoren las retamas.
Te quiero porque te llamas
sevillanísima Hiniesta.
Te quiero y en esa apuesta
es imposible que ceda.
Te quiero porque no queda
más remedio que quererte.
Y te quiero porque al verte
no quererte no hay quien pueda.
Flor celeste en mi jardín,
dulce rosa sevillana,
claridad de luz temprana
lo mismo en junio que abril.
A tu lado, junto a Ti
todas las penas se van.
Pues los ángeles están
añorando cada día
la luz y la algarabía
del barrio de San Julián.
Enrique Barrero Rodríguez
12 de mayo de 2001
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