Comenzamos a desarrollar algunos textos literarios relacionados con la Hermandad, poniendo como portada el fragmento que ha dedicado el pregonero de la Semana Santa de 2009, D. Enrique Henares Ortega, a nuestra Hermandad. Agradecemos el cariño y la delicadeza con la que ha tratado a nuestras imágenes titulares, citándolas en el texto del pregón.
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San Julián será una fiesta. Cal y geranio sus calles cuando la cofradía de la Hiniesta, temprana la tarde, comience a buscar los caminos catedralicios de su estación de penitencia. Y junto a la alegría del barrio, la tremenda significación de la cofradía y la hermandad. Desde el corazón de aquella “Sevilla la roja”, de aquel antiguo “Moscú sevillano”, la hermandad, sobreponiéndose a las llamas, comprendiendo antes que nadie que toda aquella desgracia no se debía más que a la falta de cultura y a la no menor injusticia, pone en la calle a su Cristo de la Buena Muerte, brazos abiertos para abrazar a todos los hombres sin distinción de clases ni de credos. Ese Cristo que cuando la luna platee la espadaña de Santa Paula, muerto y muy muerto en su abrazo del perdón infinito, recibirá la caricia hecha sudario de la blanca cal del muro protector del huerto conventual. Después, María de la Hiniesta, azul de cielo, bordado con plata de estrellas risueñas de la primavera del cielo más nuestro y limpio de la noche, seguirá repartiendo amor en su suprema lección de Madre amantísima. Qué lección de la hermandad, mucho más allá de esa memoria histórica impuesta por una ley que todavía quiere recordar a vencedores y vencidos, y que no se inspira en la idea de perdonar unos y otros. Por eso desde aquí quiero proclamar que no hay más memoria histórica que la de esa Estrella Sublime azul y plata, a la que nadie pudo arrancar del cielo del Domingo de Ramos y que brilla todo el año en San Julián.
San Julián será una fiesta. Cal y geranio sus calles cuando la cofradía de la Hiniesta, temprana la tarde, comience a buscar los caminos catedralicios de su estación de penitencia. Y junto a la alegría del barrio, la tremenda significación de la cofradía y la hermandad. Desde el corazón de aquella “Sevilla la roja”, de aquel antiguo “Moscú sevillano”, la hermandad, sobreponiéndose a las llamas, comprendiendo antes que nadie que toda aquella desgracia no se debía más que a la falta de cultura y a la no menor injusticia, pone en la calle a su Cristo de la Buena Muerte, brazos abiertos para abrazar a todos los hombres sin distinción de clases ni de credos. Ese Cristo que cuando la luna platee la espadaña de Santa Paula, muerto y muy muerto en su abrazo del perdón infinito, recibirá la caricia hecha sudario de la blanca cal del muro protector del huerto conventual. Después, María de la Hiniesta, azul de cielo, bordado con plata de estrellas risueñas de la primavera del cielo más nuestro y limpio de la noche, seguirá repartiendo amor en su suprema lección de Madre amantísima. Qué lección de la hermandad, mucho más allá de esa memoria histórica impuesta por una ley que todavía quiere recordar a vencedores y vencidos, y que no se inspira en la idea de perdonar unos y otros. Por eso desde aquí quiero proclamar que no hay más memoria histórica que la de esa Estrella Sublime azul y plata, a la que nadie pudo arrancar del cielo del Domingo de Ramos y que brilla todo el año en San Julián.
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Enrique Henares Ortega. 29 de marzo de 2009
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