El mandamiento de amor de Dios a los hombres queda proclamado
cuando Jesús nos dice “Amarás al Señor,
tu Dios con todo tu corazón y al prójimo como a ti mismo”. Estas palabras de
Jesús afirman la validez del Evangelio y saberlas aplicar a la vida cotidiana
significa interpretar a la luz de la vida el amor de Dios. En palabras de Benedicto
XVI, que nos manifiesta en su audiencia general de 2006 “El amor de Dios según
San Juan” cuando nos dice como los
Apóstoles que eran amigos y compañeros de Jesús, a través de un camino
interior, aprendieron la fe en
Jesucristo, no sin dificultad.
Así San Juan, como Apóstol y amigo de Jesús, nos muestra
cuáles son los componentes, o mejor, las fases del amor cristiano: La fuente
misma del Amor, que San Juan sitúa en Dios, proclamando con profunda intuición
que “Dios es amor”.(Jn 1 4.8 16)
Y estas palabras nos llevan al Apóstol San Pablo cuando
afirma que el hombre no se justifica por el cumplimiento de la ley, sino por
creer en Jesucristo (Gál 2.). Así “El amor noble de Jesús nos anima a hacer
grandes cosas, y nos mueve a desear siempre lo más perfecto. El amor quiere
estar en lo más alto, y no ser detenido por ninguna cosa baja. El amor quiere ser libre, y ajeno a toda afición mundana
porque el amor nació de Dios.
Si queremos vivir en nuestra hermandad como nos pide San
Juan, pidamos al Padre que lo vivamos aunque sea siempre de modo imperfecto,
tan intensamente que contagiemos a las
personas con quienes vivimos y nos encontramos en nuestro camino.
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