sábado, 20 de junio de 2009

Luz triunfante

Todo empezó hoy hace una semana, en la tarde vacía y honda del Corpus. Deshechos los últimos grupos, vaciados los últimos bares, tocada la última marcha en la puerta de Los Terceros, cerrada la última ventana y echada la última persiana de la última casa para convocar la penumbra y zumbando los motores del aire acondicionado en las azoteas, la ciudad quedó a merced del sol hasta desmaterializarse y convertirse en su reflejo en un espejo incendiado o en un eco de sí misma. Eco, la ninfa que se fue consumiendo de amor hasta quedar convertida sólo en una voz sin cuerpo, debería ser la patrona de estas hondas y vacías tardes sevillanas. La del jueves pasado fue la primera de nuestro despiadado y.soberbio.verano.
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A media tarde la ciudad callada, quieta y desierta era aplastada por una luz blanca que parecía pesar físicamente sobre las azoteas, rodear con un abrazo de fuego los altos bloques indefensos, doblar al rojo blanco las veletas de las torres, resbalar como lava por el barro ardiente de las tejas haciendo amarillear los líquenes y secando los jaramagos, arrasar las plazas, caer como plomo dentro de los patios más resguardados, agobiar a los barbos gigantes que se creían a salvo en las verdes aguas del estanque de Mercurio del Alcázar, convertir en aguaespejo el asfalto y ablandar farolas y semáforos en el tembloroso horizonte de las avenidas derretidas.por.la.calina.
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Pasadas las siete ni tan siquiera los vencejos se atrevían a surcar el aire ardiente. En el silencio absoluto los toques de las campanas que iban llamando a misa ignoraban los límites de las parroquias y se iban superponiendo unos a otros sin confundirse ni atropellarse; como si, educadamente, se fueran cediendo el paso: San Pedro, los Filipenses, Santa Cruz… La última palabra, por pura cortesía, se le cedió a los ocho toques de la grave campana de la Giralda. Después, con un registro agudo y como con prisas, sonó la hora civil en el reloj del Ayuntamiento.
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El eco de las marchas que acompañaban a la Hiniesta Gloriosa en su regreso a San Julián flotaba sobre la ciudad como el fantasma de las músicas que habían sonado en las primeras horas de la mañana de juncia y plata. Entonces, pasadas las ocho y media, cruzaron el cielo los primeros vencejos y la tarde se fue llenando, poco a poco, de su largo piar. Volvía la vida, despacio. Se desperezaban los bares, se regaban las aceras para poner los veladores, se abría alguna ventana, salían los primeros paseantes. Y aún tardó en llegar la noche; porque a la luz triunfante le gusta demorarse sobre el Aljarafe para ver a sus pies la ciudad vencida.
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Carlos Colón
Publicado en Diario de Sevilla el jueves 18 de junio de 2009

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