jueves, 20 de agosto de 2015

LUZ DE SAN JULIÁN



Unas pisadas, el ruido de unas ruedas sobre el empedrado rompen el silencio de la mañana. El bochorno dura ya más de la cuenta, apenas una corriente de aire caliente y los primeros rayos de sol reflejan el tedio del ambiente.  Las pisadas se cruzan, unas camino del mercado, otras buscando descubrir las historias que guardan las estrechas calles del barrio. Cuánto sabor a pueblo, cuántas mañanas de niños presurosos camino del colegio, cuántos atardeceres lentos. La primera  luz azul se cuela por las apretadas paredes encaladas y se refleja sobre los viejos muros que languidecen en la rutina cotidiana.



El caminante enlentece sus pasos, se recrea en la angostura y en la luz, apenas unas flores marchitas por el calor en los balcones, algún luminoso trastoca el embrujo del paseo. Cuando sale a la plaza la encuentra vacía y sola, aguarda serena el despertar de la mañana. Apremia la luz, oprime el calor, el caminante la rodea con su mirada y se siente más de ella que nunca. La memoria la recuerda vivaracha, la mirada la contempla taciturna. 

Suenan campanas, unas persianas se levantan proclamando un soplo de vida. Se abre un portón y dos monjas rasgan la soledad con lentitud. Son las hijas de la caridad depositarias de las miserias y las alegrías de los vecinos, su rastro se pierde por la muralla, en ella se refleja la primera luz azul de San Julián.


El barrio de San Julián, el espíritu de su memoria se recrea en la luz de su amanecer. Se agolpan los recuerdos y se imaginan las historias, así que pasen los tiempos, la esencia del barrio  permanece inagotable.
El carácter de su luz lo elevan a lo divino, es el cielo azul que lo ilumina,  el más noble de los fenómenos naturales, la aproximación más cercana a la pureza, el color que le otorga plenitud a la cofradía.  Somos de la Hiniesta, tenemos el alma azul como azul es la luz de amanecida en levedad del frío y en la canícula de agosto,  somos los nazarenos de la luz de  San Julián.

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