Unas pisadas, el ruido de unas ruedas sobre el empedrado
rompen el silencio de la mañana. El bochorno dura ya más de la cuenta, apenas
una corriente de aire caliente y los primeros rayos de sol reflejan el tedio del
ambiente. Las pisadas se cruzan, unas
camino del mercado, otras buscando descubrir las historias que guardan las
estrechas calles del barrio. Cuánto sabor a pueblo, cuántas mañanas de niños
presurosos camino del colegio, cuántos atardeceres lentos. La primera luz azul se cuela por las apretadas paredes
encaladas y se refleja sobre los viejos muros que languidecen en la rutina
cotidiana.
El caminante enlentece sus pasos, se recrea en la angostura y
en la luz, apenas unas flores marchitas por el calor en los balcones, algún luminoso
trastoca el embrujo del paseo. Cuando sale a la plaza la encuentra vacía y
sola, aguarda serena el despertar de la mañana. Apremia la luz, oprime el calor,
el caminante la rodea con su mirada y se siente más de ella que nunca. La
memoria la recuerda vivaracha, la mirada la contempla taciturna.

El barrio de San Julián, el espíritu de su memoria se recrea
en la luz de su amanecer. Se agolpan los recuerdos y se imaginan las historias,
así que pasen los tiempos, la esencia del barrio permanece inagotable.

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