miércoles, 4 de noviembre de 2020

DEL NEGRO AL CELESTE


                                                                          “Qué triste sería noviembre si no conociera la primavera”

Edwin Way Teale

 

Qué sería del dolor si no hubiera esperanza. Que sería de nosotros, en estos tiempos difíciles, si no tuviéramos su consuelo… Cuando la Virgen se viste de negro para recordar a nuestros hermanos difuntos, cuando los días se hacen más cortos, cuando caen las hojas de los árboles en las aceras, es el hilo de la esperanza el que nos mantiene vivos. Sabemos que la Virgen volverá a vestirse de azul, de azul celeste… y la vida no acaba después de la muerte.

 Cuando llega el otoño a su centro, los cofrades ya tenemos nuestra particular cuenta atrás escrita a fuego en  nuestra mente, cincelada por la memoria y anticipo de la gloria; que para nosotros  se identifica con la Pasión de Jesús, porque creemos en su Resurrección del tercer día.

Los hermanos de la Hiniesta vamos descontando domingos, soñando con el domingo azul y plata, punto final, punto de inicio de un nuevo año de nuestras vidas. Porque todo ello, lo hacemos caminando con el ánima hacia la primavera, porque disfrutamos del aroma de castañas asadas al pasear por el centro, soñando con el aroma de azahar cuando llegue, a poco que doble la esquina el calendario, porque encendemos una vela por los ausentes, pensando en el cirio que portaremos el Domingo de Ramos, porque llevamos flores al cementerio, imaginando las flores que exornarán el paso de palio la noche parlada del sábado de pasión, porque cantamos la salve a la Piedad, percibiendo en nuestro interior la cadencia de los sones de Salve Hiniesta en la –ya- madrugada del Lunes Santo… Y todo tiene sentido.

 Existe un paralelismo evidente de lo existencial y lo sensitivo, con lo espiritual y lo trascendente… Adornamos el tiempo frío, distante y oscuro con ritos y señales de belleza que heredamos del arte y la tradición de los siglos, y con la confianza de otro tiempo distinto, más cálido, con más proximidad, con más luz. Exactamente igual que despedimos a los nuestros y les recordamos con todo el amor que sale de nuestros corazones, y con la certeza de otra vida diferente, sin dolor, sin tristeza, sin injusticias, sin vacíos, sin ausencias, sin olvidos…

 En este momento de negrura y miedos que nos ha tocado vivir, en estos días de noviembre, visitamos a nuestra Virgen vestida impecablemente de luto, y en  su mirada, encontramos a los que se fueron, cerramos los ojos… Y los sentimos cerca, al lado de nosotros, y al lado de Ella, porque sabemos que los va a cuidar, que los está cuidando. A los que nos quisieron, a los que nunca nos fallaron… Y, a mitad de mes, rendiremos culto en misa de réquiem a la Piedad de Nuestra Señora, donde residen los restos de quien dio vida a nuestras imágenes más queridas, y con ellos recordaremos a todos nuestros hermanos difuntos, y en especial a los que partieron este año a la Casa del Padre.

 Pero, finalmente, y en la última semana, entraremos en el Adviento. La liturgia se vestirá de morado, y la Virgen de la Hiniesta se vestirá de celeste, porque celeste es el color del cielo limpio, sin nubes, índigo sin manchas. Sin mácula, sin pecado concebida, sin pecado original. Y vuelve la luz más clara e indeleble a su camarín.

Y miramos a nuestra Chiquitita, y parecerán florecer los claveles blancos que dejaron a sus pies en septiembre…

 Y toda esa transformación, y todo esa vicisitud vivificadora, toda esa singladura que nos lleva de la orilla de la ausencia a la orilla de la espera será fruto de la fe. Todo hallará sentido en este mes, en el que gravitarán nuestras vidas por el sendero de los días que van del negro al celeste…

 

                                                                                                                                    Carlos Castro

Secretario Segundo 


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